Últimamente los jueves por la noche en Río Piedras se puede encontrar la Avenida Universitaria cerrada y llena de policías patrullando sus calles y velando por la «seguridad» de esta multitud que se ha vuelto algo como costumbre reunirse ese día específico de la semana. En años recientes, algunos altercados y conflictos han obligado al gobierno a tomar medidas con la juventud que han tomado las calles y los negocios de manera abrumadora. Por otro lado, en las noticias escuchamos sobre los problemas que surgen en la universidad y los conflictos de los universitarios y su creciente descontento con las medidas administrativas y el rumbo que llevan a la institución. Y si no es por esto anteriormente dicho, entonces las noticias hablarán del estado decadente de Río Piedras y sus comunidades, o de la criminalidad y su pobreza. A penas a eso se limita Río Piedras para muchas personas en la Isla.
Pero no para los que vivimos aquí.
Recuerdo vagamente mis visitas a Río Piedras cuando era niño. Disgustaba caminar por sus calles, pues, las encontraba sucias al igual que los rostros de las personas que la frecuentaban. Ir para las librerías me parecía un castigo terrible que, en aquel momento, no hubiese deseado al más despreciado compañero de clase. Poco sabía entonces que ese barrio sucio, pobre, lleno de palomas, «dubies», carritos de «hot dogs» y deambulantes terminaría siendo parte de las etapas más importantes y significantes en mi vida.
Acabado de graduar en el año 2009, fue en agosto que tuve mi primer verdadero contacto con la vida en Río Piedras. Uno escuchaba frecuentemente sobre el peligro constante que corríamos todos los estudiantes de ser atracados. Parecía inminente que sufriéramos un asalto. Muchos estudiantes aún sufrimos de tal miedo. Pero ciertamente la vida en la universidad inspira a recorrer esas calles, los negocios, las personas que habitan por los rincones, en fin, por conocer más allá de lo que nos es dicho. Efectivamente, esto hice. Como bien entiendo, cada universitario tiene la opción de, al llegar a la universidad, tomar la decisión de abrirse a un nuevo mundo hasta entonces desconocido. Aceptar que, tal vez (sólo tal vez), lo que habíamos vivido y creído hasta a penas solo unos meses antes, pudiera ser una porción mínima y limitada de lo que es el mundo «verdadero».
Decidido luego de mi primer año, estudiaría Literatura Comparada (o algo por ahí en Humanidades). Conocería un ambiente extrovertido, dinámico, gente curiosa e interesante: músicos, artistas, escritores, filósofos, pseudosfilósofos, amigos, amigas, hombres y mujeres feministas, profesores buenos y los malos, en fin todo un ambiente abrumador para un joven de casi 20 años con poco conocimiento del vasto mundo de las artes. Como inevitable concebí la idea de explorar aquel que poco a poco se convertía en mi querido barrio. Luego de un día de clases, con compañeros universitarios, parecía buena idea ir a dar una vuelta por Río Piedras.
Así acepté una invitación a uno de los lugares más frecuentado por años por los universitarios. Fue aquí donde conocí, no únicamente a otros universitarios con intereses similares o enormemente diferentes a los míos, sino que fui conociendo a la gente misma de Río Piedras. Aquellas personas que no están vinculadas estrictamente al ambiente universitario, sino más bien al corazón mismo del barrio. Puesto que no me limité a los negocios, en cada esquina iba conociendo a los personajes de Río Piedras. Un hombre sin lugar en la esquina saca una trompeta y comienza a tocar una pieza desconocida, pero no por esto menos encantadora, de jazz. Luego escuchas de cómo fue él un gran músico en el conservatorio e incluso fue miembro de una banda de Jazz en los Estados Unidos. Conocerle aún es un placer.
Entonces, inevitablemente, la Plaza del Mercado, las librerías (como la Tertulia y la Mágica), los apartamentos y residencias, los músicos (quienes no presenciamos suficientemente) hacen cierto efecto en mi. Entendía que me encontraba en un lugar único en toda la isla. Marginado y condenado a la pobreza, pero aun latente y lleno de una personalidad única. Si es posible decir, hasta los perros tienen cierto aire y actitud que difícilmente se puede ignorar.
Hay un estrecho vínculo entre la comunidad universitaria y Río Piedras. La diversidad que ofrece este barrio es inigualable en cualquier parte de Puerto Rico. Lo mismo conoces a un hombre sin hogar que a un finlandés que prefiere hablar en inglés, ya que le cuesta mucho nuestro acento. Mi tiempo en la universidad ya comienza a estirarse. El próximo año no seré estudiante en Río Piedras. Esto pesa terriblemente en mí, puesto que me he acostumbrado a mi vida aquí y muy lejos estoy de tener quejas de mi vida universitaria. Siento mucho tener que dejar mi barrio y mi isla pero el no hacerlo resultaría en una incongruencia con mi filosofía de vida. Habrán otros estudiantes como yo, que se fascinarán con todo lo que puede ofrecer esta gran Comunidad (he juntado aquí la universitaria y la de Río Piedras) y la experimentarán de la manera que se merece, absuelta de los prejuicios provocados por las noticias sensacionalistas, irresponsables y mediocres de este país. Esto es apenas un testimonio de lo mucho que pueden ofrecer esas calles sucias, pobres, desamparadas y abandonadas; lo mucho que pueden decir aquellos sin hogar, enfermos, los compañeros de clase, los extranjeros, los viejos y los más pequeños; lo mucho que nos puede cambiar la perspectiva de las cosas, tan sólo si uno está dispuesto a verlas al revés.
Por: Christian Torres
Estudiante Asistente BAE
Christian; Mis felicitaciones!! eres un escritor innato de nuestra tierra. Te ha «quedao» perfecto. Muy bonito y sobre todo con humanidad y sensibilidad. Te aprecio un monton. Ketty
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Magníficas líneas. Toda mi admiración tienes. Aquel es un barrio con alma y luz propia. Un espacio, unas calles, unas gentes que no dejan indiferente. Para los que no somos de allí ni de la propia Isla pero hemos vivido y sentido en Río Piedras, siempre ha habido un espacio cómodo y vibrante por/ para descubrir-se. Un lugar con mucha magia y mucho potencial. Unos vecinos únicos. Unos rincones fascinantes. Sólo hay que atreverse a acariciar y a escuchar la melodía tan peculiar e ingeniosa que día y noche luce Río Piedras.Gracias Christian por compartir.
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