Me parece inapropiado y, tal vez incluso, un poco indecoroso, hablar de la literatura y abogar por su utilidad frente a un mundo rendido ante la ciencia, la economía y la tecnología. De ante mano les pido mis más sinceras disculpas, pues me siento identificado con aquel personaje famoso impertinente que luego de tener una experiencia religiosa, se la pasa sus tardes predicando la palabra de Dios en la televisión, en programas o donde sea que le escuchen. Entonces, acabadas las formalidades, comienzo por decir que la literatura llegó un tiempo que dejó de ser tan sólo un bachillerato, sino más bien se convirtió en un camino; una decisión; aquel punto de no retorno en la manera de concebir al mundo y entenderlo. Hace poco me preguntaron «¿por qué era importante saber lo que pensaban otras personas?» Primero, debo confesarles, creí que la pregunta estaba dirigida a la idea de leer mentes. Luego me aclaró que se refería a por qué leer lo que otra gente escribió. Me tomó un tiempo en contestarle, y creo que lo que llegué a contestarle no fue lo mejor. Consideraré, pues, esto la contestación: ¿Por qué literatura? Por qué saber lo que han pensado tantos otros filósofos, pensadores, escritores, artistas y teóricos? Bien tenemos en cuenta que nuestro tiempo en la tierra es limitado y no podemos servirnos de tantas experiencias como quisieramos. Tal vez nunca llegue a ver la nieve, tal vez nunca llegue a sentir un gran amor o un terrible rechazo. Aquí entran en juego aquellos relatos que nos rellenan esos aspectos que, de otro modo, seguirían vacíos el resto de nuestras vidas. Muchos antes de nosotros han dedicado sus vidas a exponer sus ideas en papel, a problematizar el mundo y la realidad; a cuestionar las leyes y normas; la ambigua dicotomía entre el bien y el mal. Para esto, los ensayos y los textos filosóficos, a que, si me es permitido mencionar, se han convertido últimamente en mis favoritos. Sin ellos, no hubiera visto las cosas desde el mismo ángulo.
Aprendí de Ernesto Sabato lo que es la humanidad en el mundo contemporáneo, y que la Resistencia comienza con nosotros; me dijo Saint- Exupéry que lo «esencial es invisible a los ojos» y El Principito me enseñó a cómo funcionan los «mayores» y a crecer como ser humano. Aprendí de Nietzsche que Dios ha Muerto; aprendí de Camus que eso no importa, lo importante es ser responsables con nuestras acciones y dirigirlas a un bien mayor, que es la Justicia; aprendí de Ivan Karamazov que la Justicia va primero que Dios. También, con esto, aprendí a apreciar la sutil diferencia entre la Igualdad y la Justicia. Entonces entendí que hoy la justicia es más rara de lo que creemos y que no se encuentra por ningún motivo en las cortes ni son los jueces, ni los sacerdotes, ni los presidentes quienes mejor la imparten. Aprendí que leer hace la diferencia. Tomé este camino y, para bien o para mal, ya es muy tarde para regresar. Fue una decisión que, aunque no del todo conciente de las implicaciones cuándo la tomé, por lo pronto no me veo arrepentido.
Debo de seguir lo que he comenzado. Sospecho que realmente las humanidades pueden restaurar algo de la dignidad que ha perdido el ser humano con sus acciones en el mundo. No me es aún claro del todo si este será el camino por el que andaré hasta el final de mis días, pero lo marcho como quien se dirige a lo desconocido con alguna vaga orientación y dirección motivada por el más sincero impulso del espíritu humano. Y con algunas dudas muy apropiadas.

Saludos,
Aunque comparto su idea, de que la lecura es una herramienta sumamente necesaria e instructiva, me gustaría añadir algo que creo también merece reflexión. Personalmente, creo que la lectura es importante (claro, hay, igual que en muchas otras maneras de informarse, libros absurdos y que rinden culto al «espectáculo»; innecesarios). Sin embargo, igualmente concibo igual de importante el uso de la razón. ¿A qué me refiero? Me refiero a que cuando uno lee e internaliza «lo que han pensado tantos otros», es indispensable filtrarlos a la luz de nuestras popias experiencias y concepciones personales, y no meramente tomarlos como ciertos: sea por su gran influencia, nivel de autoridad, etc. Es una convicción muy mía y muy fuerte en mi, y lo creo erróneo: adotar sin evaluar. (Es indispensable, también, el conocer también sus vidas, experiencias, influencias; para así poder saber aquellas cosas que fomaron sus ideas). No necesariamente lo que uno piensa es necesariamente verdadero en el pensar de otro. Además, he aprendido a «tomar lo bueno y rechazar o malo», aun en temas o ideas que van en total contradicción a lo que pienso. Y de esta manera, pienso, podemos coexistir con muchas otras maneras de pensar.
En conclusión, es bueno saber lo que piensa Nietzche, lo que concibe Sabato, enriquece nuestro abánico crítico. Podríamos argumentar basado en sus postulados y percepciones del mundo. No obstante, creo que de alguna manera u otra, nos deshumanizamos cuando somos menos críticos, y adoptamos sin evaluar; cuando dejamos que otros piensen por nosotros y formen nuestra manera de ver al mundo sin nosotros pasar por las experiencias. . .
Me gustó su ensayo, solo deseaba opinar con mucho respeto.
Me gustaMe gusta