Si acaso intentara resumir aquí la ideología popular dominante del siglo XXI, pudiera atrapar la idea en la frase ¨time is money¨. Queremos tener más tiempo en nuestras manos hoy día, pero ¿qué hacemos con este tiempo? En Puerto Rico, es común ver locales de comida rápida. De hecho, los vemos muy seguidos, unos al lado de los otros. Vemos el crecimiento de las ofertas académicas como los grados asociados y títulos en corto tiempo, como si hubiera alguna necesidad en mandar a los egresados al ambiente laboral deficiente que está en nuestro entorno. Necesitamos que el internet sea más rápido, tanto en nuestros celulares como en nuestras casas. Buscamos acelerar y aligerar las cosas para tener aquel tiempo libre para hacer nuestra vida, como puede ser el trabajo, que es aquello en que más dedicamos tiempo hoy día. Pero me temo que pensar el tiempo como oro, está incorrecto, puesto que el tiempo es todo, es decir, lo único. Al decir que es lo único, sólo sugiero que la vida no nos da indicaciones válidas o certeras de que existe otra vida más allá de esta, y esto es motivo suficiente para, como dice la cita cual da inicio al ensayo de Camus, ¨agotar los límites de lo posible¨ en ella. Entonces, cuando decidimos gastar nuestro tiempo en alguna profesión, alguna persona, o en algún pasatiempo, entregamos mucho y esto hay que considerarlo y valorarlo grandemente. Con tal de hacer mención de los graduados recientemente, inevitablemente me lleva a reflexionar sobre la situación que es ese tiempo de estudio universitario que va desde el ingreso hasta, para algunos, la graduación. Las clases requieren, lógicamente, tiempo y dedicación. Nuestro discurso, nuestro modo de actuar y de entender el mundo se adapta, la mayor parte de las veces, a aquella facultad y concentración a la cual más tiempo hemos dedicado. Esto es un asunto delicado, puesto que con tanta información que hay hoy día, concentrarnos en un asunto en específico ya requiere una cantidad considerable de esfuerzo, y tal vez se dificulta ese camino sensible que es ser un ser humano entero. La humanidad hoy día se jacta de los logros científicos-tecnológicos que ha alcanzado, pero de modo descuidado, puesto que no a menudo resaltan la gran responsabilidad que recae en nosotros. ¿Cómo, acaso, podríamos dirigir la humanidad a un futuro verdaderamente progresivo, cuando el ser humano es tan fragmentado? Los políticos son expertos abogados y tal vez médicos, pero, ¿acaso saben de la ética o del humanismo? Un economista, acaso entiende lo que es la miseria o sólo entienden el sistema económico? ¿Un historiador puede desprenderse del discurso estricto y rígido con el cual opera su campo para reconocer que existe el individual capaz de razonar por sí solo y no necesariamente un resultado de la situación? Y qué es un traductor, si no comprende el más básico de los lenguajes humanos en las emociones? Verdaderamente es problemático abandonarnos a un sólo campo, y es cuantiosa la responsabilidad que cae en el humano del siglo XXI. Nos hace responsable por todo y por todos, como diría Simone de Beauvoir.
La ambición del humano por dominar distintos campos, por lo tanto, sólo ha complicado la existencia del mismo. Nos ha entregado más tareas y más responsabilidades por considerar, antes de poder dirigir la humanidad en cualquier dirección progresiva. Cada avance en cada rama de las ciencias y las novedades tecnológicas simplemente complican la existencia misma del ser humano. Nuestra condición de ser humano es primordial y se debería de recobrar ese sentido de importancia que merece el individual. Es esta nuestra más importante de las identidades, y pareciera ser la primera en olvidarse.