El avión había hecho el aterrizaje a las 8:30am, casi media hora antes de lo esperado. Nueva York, el corazón del capitalismo y el consumerismo, la ciudad cosmopolita por excelencia esperaba. Aquel conglomerado de culturas y lenguas que sirven para desenfocar, reorientar y repensar nuestra identidad. ¿A dónde pertenezco? Acaso allí donde pertenecen todos, ¿pertenece ninguno?
Comenzaba así la marcha de los anónimos.
La intención del viaje no fue nada menos que la visita de mi viejo amigo, quien comenzó hace poco a estudiar en dicha ciudad. Me pareció muy oportuna la posibilidad de ir, por lo que me tomó poco tiempo considerar comprar el vuelo. No sé qué prejuicios cargaba conmigo, pero ninguno perduró el fin de semana. A 40 minutos de dejar el avión y de haber tomado el airtrain, caminaba por las calles de Brooklyn.
Comentaba mi amigo que en los últimos años la población neoyorquina había cambiado. La gente de bajos recursos había sido desplazada poco a poco, y en su lugar entraban nuevos negocios. A primera impresión, muchos dirían que el barrio había tenido mejoras, sin embargo, yo no estaba tan seguro de ello.
Debo decir que todo me parecía caro, aunque de buena calidad. La cantidad de opciones que te presentaban las calles para comer cualquier tipo de cosas era exagerada. Cafés, cervezas, «Brunch», lo orgánico. En fin, «consumerismo», me recordaba a mí mismo. No obstante, se presentan innumerables oportunidades para que la gente pueda reunirse, conversar y relacionarse. Por ende no puedo evitar ver su aspecto positivo en esto. En las calles del barrio, por la Montrose, se veía la gente pasear a los perros, corriendo bicicletas, caminando, etc.
Todo montaba un escenario urbano que recogía los elementos más simples de la vida cotidiana. Aún así, no cuesta nada encontrarse sumergido en ese vago y extraño sentir de anonimato que proveen las ciudades. En este mar de gente nadie es capaz de hacer juicio ajeno; meramente juicio personal. ¿Acaso a esto le llamaremos reducirnos? Debo decir que, en todo caso, lo que hace es magnificarnos ante nuestros propios ojos; ponernos en escenario para que un grito sigiloso se efectúe entre la multidud. Nadie lo escucha. Reafirmamos nuestro ser en este valle de desconocidos.
Por Christian Torres
Christian, que bien expresas lo que yo sentí cuando este verano estuve en Nueva York pero que no puedo expresar tan bien como tu lo haces. A mi me pareció extremadamente caro vi una «postcard» a $10.00, claro que tenia el propósito de recaudar fondos pero aún asi era demasiado.
Me gustaMe gusta