Con una enfermedad de esa índole, desahuciado por los médicos y tomando sin sentido la vida, o si bien podríamos decir, el poco tiempo de vida que le quedaba. A este solitario amargado a quien todos, como lograron alguna vez gozar de sus dichas y sus riquezas, supieron dejar en el olvido como se deja un centavo en el suelo, cuando se está en la auto ventanilla de un restaurante de comida rápida; que sólo por no tener que abrir la puerta y doblarse a recogerlo, por lo fastidioso que suele ser el espacio comprendido entre el automóvil y la pared del establecimiento, se prefiere dejarlo para que se oxide con el tiempo, o si alguien llegase a encontrarlo, poder contribuir con la caridad anónima; lo dejaron en el olvido. Lo único que podían recomendarle para pasar sus últimos momentos era la compañía de Néstor.
Fue chantajeado por su enfermera, de esas contratadas por el gobierno. Ella le había ofrecido dos alternativas: ir en busca del único pariente cercano que le quedaba (un nieto al cual aborrecía por sus comportamientos y tratos hacia él) o recoger a Néstor en la dirección que le dio su doctor en su última visita. De lo contrario, de no escoger una de las dos opciones, el ama de llaves renunciaría o sencillamente pediría un cambio; pues, esta no podía estar excediéndose de sus cuatro horas laborales; tenía otros oficios adicionales para poder mantener su familia. Al decirle eso al amargado le causó algún tipo de tristeza ya que ella era la única persona a la cual estaba acostumbrado a ver casi todos los días. Sí, simplemente a ver y escuchar porque solía ser tan reservado que ni siquiera le hablaba; rara y mínima era la vez que lo hacía. La mujer a diario le contaba un chiste diferente y él a veces sonreía. Una sonrisa particular: una de estas de esquina en la que se le alcanzaba a ver un colmillo de oro, rastro de la única pieza de valor de su pasado; una sonrisa que cualquiera que se atreviera a decir que era hermosa sería encarcelado por perjurio, y es que era una sonrisa que guardaba tantos sentimientos que la enfermera empezaba a asustarse y preocuparse.
Viose obligado ir a recoger a Néstor, aunque de todos modos su enfermera renunció sintiéndose menos culpable consigo misma con el pre texto de que este ya estaría bien acompañado. Con Néstor nadie quería relacionarse; se contaba que era la peor compañía que pudiera existir y también que era lo peor que le pudiera pasar a cualquiera. Todos ansiaban el día en que se fuera, como “Caballo malo se vende lejos”, el pobre amargado… ¿Qué iba a saber? Luego de llevarlo a casa, ahí estaban frente a frente; ni el amargado quería estar con Néstor, ni Néstor con el amargado. Ambos eran dos limones a mediodía en pleno verano caluroso, carentes del deseo y atención de los demás. Eran tal para cual, pero con un leve detalle: se odiaban. Y así fue cómo comenzó una estadía de hostilidad para Néstor y para el amargado al convivir con su enemigo.
Pasaba el tiempo y el amargado iba perdiendo todas sus fuerzas y sus ánimos debido a la enfermedad. Tanto era así que pasaban semanas en las cuales tanto él como Néstor no comían. Cierto día, luego que nieto se enterase de la enfermedad de su abuelo, decidió viajar dizque a retomar el tiempo perdido y reconciliarse con el amargado, pero en realidad lo que le interesaba saber era si, cuando el pobre muriera, dejaba algún tipo de herencia. Al llegar se contactó con la ex enfermera de su abuelo, quien le había contado acerca de la situación del mismo. Cuando llegaron a la residencia no lo encontraron. Lo buscaron por todos los lugares, pero aún así no lo hallaron. Ante esta situación, notificaron a las autoridades, quienes activaron un lento y prolongado sistema de búsqueda.
Nadie dio con el paradero del hombre amargado, ni las autoridades ni el nieto, quien no pudo cobrar ningún tipo de herencia y ni siquiera unas joyas de valor que le quedaban al abuelo en el banco de las cuales no supo de su existencia; pero, la enfermera se llevó consigo a Néstor para cuidar de él. Una mañana, cuando ya toda su familia se había ido del hogar a realizar sus labores cotidiana, esta se quedó en casa leyendo el periódico, disfrutando de una taza de café, sentada junto a la mesa del comedor; sentía la misma soledad que solía sentir cuando trabajaba en la casa del amargado, por lo que quiso contarle un chiste a Néstor, quien en esos momentos la acompañaba. Al terminar de contarle el chiste se percató de que el can la miraba fijamente con una sonrisa de esquina, una sonrisa fea de esas que guardan muchos sentimientos, dándole a conocer su colmillo de oro.
(Hasta el sol de hoy no se sabe nada acerca del paradero de la enfermera ni del amargado).
Por Cheliany Fernández
Cheliany, como siempre muy creativa. Éxito y adelante.
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